No se sienta desanimado si usted piensa que no tiene fe. En ciertas ocasiones las personas que profesan creer en Dios se avergüenzan cuando se enfrentan a una crisis y se dan cuenta de que su fe es débil. Quizá esto le suceda a usted; pero no se desespere.
“El justo por la fe vivirá” (Romanos 1:17; Gálatas 3:11; Hebreos 10:38).
En los capítulos anteriores vimos cómo se define la fe en la Biblia y analizamos algunos ejemplos de la fe viva que ejercieron los fieles siervos de Dios. También aprendimos que es imprescindible que tengamos fe para que Dios nos dé el don de la vida eterna. Ahora bien, ¿cómo podemos adquirir una fe activa en este mundo incrédulo en que vivimos?
No se sienta desanimado si usted piensa que no tiene fe. En ciertas ocasiones las personas que profesan creer en Dios se avergüenzan cuando se enfrentan a una crisis y se dan cuenta de que su fe es débil. Quizá esto le suceda a usted; pero no se desespere. En la Biblia podemos ver que aun hombres y mujeres de gran fe tuvieron que enfrentarse algunas veces a situaciones que eran verdaderos desafíos para su confianza en Dios.
Se nos habla de su angustia al tener que enfrentarse a estas pruebas. En Hebreos 11:34 leemos que ellos “sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas”. La fe de estos hombres y mujeres se fortaleció por medio de las adversidades y, también, por los reveses y fracasos que experimentaron en ciertas ocasiones.
El caso de Jeremías
Uno de ellos fue el profeta Jeremías, quien se cuenta entre los que sufrieron “prisiones y cárceles” (Hebreos 11:36; Jeremías 37:15-16). Jeremías no sólo fue encarcelado, sino que también lo metieron en una cisterna llena de cieno (Jeremías 38:6). Esta era la tercera vez que el profeta era encarcelado y fue la más dura. Llegó a ser tan terrible esa situación que estuvo a punto de morir (v. 10).
El encarcelamiento injusto de Jeremías fue la culminación de un largo período de abusos que sufrió a manos de su propia gente. Dios lo había llamado para que le profetizara y advirtiera al pueblo de Judá que, debido a sus pecados, su país sería invadido por extranjeros. En lugar de arrepentirse ante las advertencias de Dios, el pueblo se volvió con odio contra Jeremías y trató de asesinarlo (Jeremías 11:19, 21). Lo acusaron de traición, lo detuvieron, lo llevaron ante el rey y lo metieron en prisión.
Jeremías tuvo que luchar espiritualmente contra tan obstinada oposición. Al principio, él no quería profetizar; manifestó sus temores y hasta acusó a Dios de forzarlo a ser profeta (Jeremías 1:4-8; 20:7). Hubo un momento en que tomó la decisión de no hablar más en nombre de Dios (v. 9), pero sus convicciones lo impulsaron a continuar. A medida que su lucha proseguía, llegó incluso a desear no haber nacido nunca (v. 14).
La vida de Jeremías fue una lucha constante. No era la clase de persona que siempre está sonriente y satisfecha, ajena por completo a las dudas y aflicciones. Por el contrario, el relato de la Biblia nos habla de un hombre muy humano que luchaba y era débil. Pero salió adelante por medio de su fe en Dios. Clamó a su Creador: “Sáname, oh Eterno, y seré sano; sálvame, y seré salvo . . . pues mi refugio eres tú en el día malo” (Jeremías 17:14, 17).
Dios libró a Jeremías de la mazmorra y de la muerte, y en la actualidad es reconocido como un gran siervo de Dios. Su vida fue grata a Dios y será resucitado al momento del retorno de Jesucristo. La vida de Jeremías no fue nada fácil, pero su fe maduró y se fortaleció por medio de sus pruebas.
Muchos otros hombres y mujeres clamaron a Dios en momentos difíciles, cuando sintieron que su fe flaqueaba. Si obedecemos y servimos a Dios nos veremos en situaciones que pondrán a prueba nuestra fe. El apóstol Pablo nos dice que “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12). Necesitamos acudir a Dios y pedirle que nos ayude a cultivar una relación estrecha, íntima y amorosa con él, que nos capacite para soportar tales pruebas.
Quizá lleguemos a encontrarnos en una situación semejante a la de cierto padre que tenía un problema muy grave: su hijo estaba poseído por un demonio y quería que Jesús lo sanara. Jesús le dijo: “Si puedes creer, al que cree todo le es posible”, pero el hombre sabía que su fe no era muy fuerte. Así que angustiado le clamó: “Creo; ayuda mi incredulidad” (Marcos 9:23-24).
Jesús no condenó ni rehusó ayudar a este hombre cuya fe era débil. Tampoco dejará de ayudarnos a nosotros cuando nuestra fe sea débil. Pero hay algo que nosotros debemos hacer en estas circunstancias.
Fortalecernos en fe
Dios espera que nuestra fe se vaya fortaleciendo. Es imprescindible que así sea, porque sin fe jamás podremos agradar a Dios (Hebreos 11:6). La fe es uno de nuestros recursos más valiosos y una clave para todo lo que es importante. Sólo por medio de la fe podemos recibir la aprobación de Dios. Aquellos cuyos ejemplos están consignados en Hebreos 11 “alcanzaron buen testimonio mediante la fe” (v. 39).
Debido a la fe que ellos tuvieron, Dios los resucitará cuando Jesucristo retorne a la tierra (1 Corintios 15:50-52; 1 Tesalonicenses 4:15-16). La fe es una clave importantísima para poder entrar en el Reino de Dios y recibir la vida eterna.
Como lo explicamos antes, la fe no es algo de lo que podamos revestirnos por nosotros mismos y decidir que nunca dudaremos al respecto. Más bien, la fe verdadera surge como resultado de una relación profunda y madura con Dios. Notemos lo que podemos hacer para reafirmar la más importante de todas nuestras relaciones.
La vital importancia de la oración
Empezamos nuestro camino hacia una vida de fe pidiéndosela a Dios. Él quiere que tengamos fe, y está deseoso de dárnosla (Lucas 11:9-13). Debemos pedírsela en oración, y debemos hacerlo “siempre, y no desmayar” (Lucas 18:1). Orar pidiendo fe debe ser algo que hacemos todos los días.
En muchos pasajes de la Biblia se nos muestra que debemos mantenernos en contacto diario con Dios (Mateo 6:11; Lucas 11:3; 2 Corintios 4:16). Para asegurarse de tener una estrecha relación con su Hacedor, el rey David oraba tres veces al día (Salmos 55:16-17). En Daniel 6:10 podemos leer que este profeta así lo hacía también. La oración, junto con el estudio diario de las Escrituras, es uno de los aspectos más importantes de nuestra relación con Dios. Es una forma en que le expresamos nuestro amor, así como nuestras preocupaciones. Esta comunicación sincera con Dios acrecienta nuestra fe.
Otro resultado de la oración es que Dios nos responde. Notemos la siguiente promesa: “Si . . . buscares al Eterno tu Dios, lo hallarás, si lo buscares de todo tu corazón y de toda tu alma” (Deuteronomio 4:29).
Si de todo corazón oramos a Dios y le pedimos que fortalezca nuestra fe, no nos lo negará. Él quiere darnos dones espirituales tal como un padre amoroso quiere dar de comer a sus hijos hambrientos (Lucas 11:11-12). Jesús nos aseguró que cualquier cosa que pidiéramos en su nombre, Dios nos la daría (Juan 14:13; 15:16; 16:23).
Estudiar la Biblia diariamente
Nosotros hablamos con Dios por medio de la oración, y él nos habla por medio de su Palabra escrita.
En la Biblia se nos dice que “la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). Recordemos lo que es la fe. En su forma más sencilla, la fe es la confianza de que Dios hará lo que dice que hará (Romanos 4:20-21). Para saber lo que Dios nos dice, debemos estudiar en la Biblia las palabras que él inspiró a ciertos hombres. Esas palabras nos explican cómo quiere él que vivamos, y nos dicen lo que hará por nosotros. En la Biblia encontramos también muchos relatos acerca de cómo Dios ha intervenido en la vida de individuos, familias, naciones y, de hecho, de toda la humanidad.
A medida que estudiamos las Sagradas Escrituras y oramos, nuestra fe va fortaleciéndose en dos formas. Por una parte, nos enteramos de las cosas que Dios nos promete, las cuales podemos reclamar. Y por otra, los inspiradores relatos de la Biblia nos tranquilizan y ayudan a fortalecer nuestra fe.
Refiriéndose a la Palabra de Dios, Pablo dijo: “Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Romanos 15:4). Conforme aumenta nuestra esperanza, puede fortalecerse también nuestra fe. (Si usted desea sacar más provecho del estudio de la Biblia a fin de fortalecer y reafirmar su fe, no deje de solicitarnos dos folletos gratuitos: ¿Se puede confiar en la Biblia? y Cómo entender la Biblia, los cuales pueden serle de mucho beneficio.)
La obediencia a Dios
Otro paso muy importante en el fortalecimiento de nuestra fe es hacer lo que Dios nos manda. Debemos hacer caso a sus mandamientos y ponerlos por obra.
Hoy en día, mucha gente no tiene un concepto correcto de lo que es la obediencia. Por un lado, unos piensan que pueden ganarse la vida eterna por medio de sus obras. No alcanzan a comprender que la salvación es una dádiva de Dios (Romanos 6:23; Efesios 2:8), y que por nuestros esfuerzos nunca podremos ganarnos esta dádiva inapreciable. Por el otro lado están los que quieren que Dios los acepte tal como son, pues no desean hacer ningún cambio en su forma de vivir.
La obediencia sincera es una declaración o expresión de la fe. Quizá la mejor forma de resumirlo sea que la obediencia es nuestra respuesta llena de gratitud por todas las cosas que Dios ha hecho y por lo que aún le falta por hacer de acuerdo con sus promesas. La obediencia debe ser una reacción natural de quienes desean acercarse a Dios y ser más como él. Jesús prometió que cualquiera que le obedeciera disfrutaría de una relación especial con él y con el Padre: “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Juan 14:23). Esto nos demuestra que podemos experimentar la realidad de la presencia de Jesús y del Padre, siempre y cuando los obedezcamos.
El vínculo entre la obediencia y la fe es evidente a lo largo de las Escrituras. Si le creemos a Dios, debemos demostrar esa fe por nuestra conducta. Así lo hacían todos los hombres y mujeres de fe que se mencionan en la Biblia.
La obediencia sincera a Dios exige un buen conocimiento de su ley. Para aprender la razón por la cual Dios nos dio su ley, y para entender los principios básicos que se encuentran en el Decálogo, no deje de solicitarnos el libro Los Diez Mandamientos.
Usted puede caminar con Dios
Si usted tiene una vida de oración, de estudio de la Biblia y de sincera obediencia a Dios, podrá llegar a tener una estrecha relación con él. Caminar con Dios significa tener una fe profunda, y a medida que camine con Dios su fe irá fortaleciéndose. Enoc y Noé son dos ejemplos de personas que tenían una fe profunda (Génesis 5:22; 6:9).
Caminar con Dios significa tener contacto diario con él y esforzarse por hacer su voluntad. Cuando uno vive tratando de reflejar diariamente lo que son los caminos de Dios, su fe se fortalece. El contacto cotidiano con Dios es esencial, porque la fe es una consecuencia natural de vivir siguiendo el ejemplo de Jesucristo. La fe se fortalece con el tiempo. Un albañil sabe que un muro no se construye de la noche a la mañana; sabe que tiene que levantarlo poniendo ladrillo por ladrillo. En la misma forma, la fe se enriquece y se fortalece por medio de un continuo contacto con Dios.
Las pruebas de nuestra fe
Todos los que tienen fe son probados. En la Biblia se nos dice que nuestra fe, “mucho más preciosa que el oro”, será sometida a diversas pruebas (1 Pedro 1:6-7). Aunque el oro puede finalmente desaparecer, nuestra fe será siempre parte de nosotros cuando Dios nos resucite para encontrarnos con Cristo a su retorno a la tierra.
Las dificultades y las pruebas no son gratas. Al comienzo podrán parecernos terribles, traumáticas y hasta devastadoras. Pero las pruebas son oportunidades para fortalecer nuestra fe y crecer espiritualmente.
Cuando el profeta Daniel se negó a cumplir con un edicto real que lo obligaba a cometer el pecado de idolatría, fue echado en un foso de leones (Daniel 6). Aunque no sabía cuáles serían exactamente las consecuencias para él, sí sabía que lo único que debía hacer era obedecer a Dios, aunque tal decisión le costara la vida. Él se mantuvo firme y Dios lo libró de los leones. Pero antes de que Dios lo salvara, Daniel tuvo que probarle que confiaba en él. El profeta sabía que, aunque Dios no lo librara de los leones, tenía asegurado su futuro eterno con su Creador.
Todos los que deciden seguir las pisadas de Cristo, tarde o temprano tendrán que enfrentarse a pruebas. Puede ser que alguien nos pida que cedamos, que hagamos a un lado algún aspecto de la verdad que Dios nos revela en su Palabra. La autenticidad de nuestra fe puede ser puesta a prueba en tales circunstancias. ¿Cómo reaccionaremos?
Como hemos aprendido, Dios es misericordioso y sabe que somos débiles, pero en ocasiones exige que sigamos adelante en fe. En tales ocasiones, debemos buscar aún más intensamente su sabiduría e implorarle que nos muestre cuál es su voluntad. Debemos buscar también el consejo sabio de aquellos que nos lo pueden dar (Proverbios 24:6). Luego, con el valor y la fe de Dios en nosotros, debemos seguir adelante.
Diariamente debemos reafirmar nuestra fe, porque Dios puede permitir que tengamos pequeñas pruebas a fin de prepararnos para las pruebas más grandes que vendrán. Si esperamos a poner en práctica nuestra confianza en Dios cuando se nos presente una crisis aguda, más difícil nos será superarla.
Nuestra fe se alimenta y se fortalece a medida que oramos, estudiamos la Biblia y obedecemos de corazón a Dios todos los días. No siempre podemos prever cuándo se nos va a presentar una crisis que ponga a prueba nuestra fe, pero si desde ahora buscamos a Dios, estaremos mucho mejor preparados para el momento en que tal prueba se presente.
Confiar en la promesa del Reino de Dios
Nosotros, al igual que el profeta Daniel, debemos tener fe y confianza en la promesa del Reino de Dios y todo lo que esto encierra. El Reino de Dios es un reino eterno que Jesucristo, a su retorno, establecerá aquí en la tierra. El Reino de Dios reemplazará todos los gobiernos humanos (Daniel 2:44; Apocalipsis 11:15). Los santos —los verdaderos siervos de Dios— gobernarán en ese reino para siempre (Daniel 7:18). La grandeza y magnificencia del galardón que Dios tiene reservado para nosotros hace insignificante cualquier sacrificio o prueba que tengamos que sufrir para poder heredarlo (Romanos 8:18). (Si desea estudiar la asombrosa verdad acerca de este asunto, como lo enseñó Jesucristo, no deje de solicitarnos el folleto El evangelio del Reino de Dios.)
Nosotros heredaremos ese reino cuando seamos resucitados a la vida eterna en el momento del retorno de Jesucristo (1 Corintios 15:50-52). Nuestra creencia en este reino venidero es, en sí, un acto de fe. No podemos ver el Reino de Dios, pero Dios nos dice que será una realidad. Para poder recibir tan magnífico y glorioso futuro, es imprescindible que ahora vivamos por fe.
Vivir por fe puede exigirnos que, en ocasiones, tengamos que enfrentarnos a situaciones muy difíciles. Es posible que nos encontremos en circunstancias en las cuales no podamos disfrutar de las comodidades a las que estamos acostumbrados. Hasta nuestra seguridad personal podría verse amenazada. Si esto sucede, debemos mantener la perspectiva del Reino de Dios porque, al fin y al cabo, la fe es “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1).
Nuestra fe está basada en la solidez de la Palabra de Dios, la cual permanece para siempre: “Toda carne es como hierba, y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; mas la palabra del Señor permanece para siempre” (1 Pedro 1:24-25). Los relatos bíblicos acerca de las personas que fueron un ejemplo de fe nos muestran que ellas tomaron sus decisiones basándose en las palabras de Dios. ¡Ellas sí le creyeron a su Hacedor!
Dios prometió una “cosa mejor” para quienes buscaran primeramente su reino y su justicia (Hebreos 11:40; Mateo 6:33). En esta vida, desde luego, podemos tener y disfrutar de momentos placenteros, pero debemos mantener la misma perspectiva que tenía el apóstol Pablo cuando dijo: “. . . Estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor . . .” (Filipenses 3:8).
Dios nos promete que recibiremos la vida eterna cuando él nos resucite. Mientras tanto, nos consolará cuando tengamos que afrontar situaciones dolorosas por servirlo (2 Corintios 1:3-5). Conservar una clara perspectiva del maravilloso futuro que nos espera y recordar la promesa de Dios de consolarnos, nos ayuda a tener una fe viva.
Recibir el conocimiento de lo que será el Reino de Dios y tener fe en ello es algo maravilloso. No todos están siendo llamados ahora para recibir o entender estas cosas (Lucas 8:10).
Entender estas verdades es una dádiva de Dios. Si usted las entiende, Dios le está llamando para que participe en su maravilloso plan. Para recibir esta dádiva, usted tiene que hacer su parte. Siga el consejo que se nos da en Hebreos 6:12 de que seamos “imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas”.
Empiece ahora a adquirir esa fe viva que lo ayudará a superar las pruebas de esta vida y lo conducirá al Reino de Dios.